lunes, 31 de octubre de 2011

Llamados a ser santos

El Señor nos ha rescatado de la esclavitud del pecado, en primer lugar cuando nos llamó al Sacramento del Bautismo, sacramento que da vida, pero que con el paso del tiempo, de los años, parece que sin darnos cuenta volvemos hacia la muerte. Pero el Señor que nos ama, quiere vernos junto a Él en su Reino, y tenemos otro sacramento que nos ayuda a renovarnos en el Señor, el sacramento de la Penitencia, que cuando nos arrepentimos de nuestras caídas, el Señor en su infinita Misericordia, vuelve darnos la vida.

La santidad está al alcance de todos los que deseamos renunciar a nuestros vicios y pecados. El mundo no puede aceptar al Señor, por eso muchas veces engaña al alma, arrastrándola hacia la esclavitud de la idolatría.
Nuestro amor a la Iglesia Católica, al Papa, a nuestros obispos y sacerdotes que están en comunión con el Sagrado Corazón de Jesús, en conformidad de la Santísima Voluntad del Padre, son caminos que nos facilita a la vida de santidad.
Ayer escuché por …. Que decía, “yo no creo en el Papa ni en los obispos, pero sí en lo que dicen cuando hablan del Señor en sus homilías”
Si este hermano mío, a quien respeto, lee estas insignificantes palabras mías, yo le responderé: yo sí creo en ellos, en el Papa y en los obispos. ¿Porqué?
Y bien podemos reflexionar la sana doctrina que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, están ahí las razones para creer.
Mi pobre reflexión, creo en el Papa porque en él veo al mismo Jesucristo, también es su Vicario y sucesor de Pedro; creo en los obispos porque en ellos veo a los sucesores de los Apóstoles,
Lo que yo no puedo creer es quien sea, cuando expresa una opinión como si fuera veraz, y sin embargo hay elementos que contradicen al Espíritu Santo. Y si contradecimos algunas de las enseñanzas del Evangelio, ya estamos poniendo puerta cerrada a nuestro camino de santidad.
¿Por qué no creer en los sacerdotes que se asemejan a Cristo? Cristo se hace presente en los santos. El Divino Maestro, nos enseña que Él está en los pobres, en los necesitados en los hambrientos, en los enfermos, que esto ya lo conocemos por sus enseñanzas en el Evangelio.
Los santos son instrumentos de Dios, que con sus ejemplos animan a la conversión, a la vida de oración.
Todo cristiano que honra y adora a Cristo, vemos un réflejo de la bondad del Señor. Es decir, si honra a Cristo, es porque antes se ha vaciado de sí mismo, y no pone en práctica las obras que el hombre viejo, nuestro hombre viejo pone a nuestro paso para que tropecemos. Y ya había hablado del sacramento de la penitencia, que no aceptamos las zancadillas del hombre viejo y por eso necesitamos vivir la libertad de Cristo, y como es bien sabido, la confesión frecuente, no una vez al año, pero si recomendable una vez por semana, conforme a una catequesis del Santo Padre a los niños.
Hay algo más, lo que yo no creo es en todas esas personas que no se asemejan a Cristo, posiblemente nos hablará cosas buenas, pero sacadas de experiencias ajenas, y nunca de la propia, hablarán de cosas aprendida de memorias, pero sin experiencia de vida de santidad, no puede ayudar a quienes de corazón y con toda el alma, aman a Cristo.
Si un cristiano pone una parte de su corazón al mundo, ya no está caminando vida de santidad.
Llamados a ser santos
(Publicado en el dominical "Aleluya", domingo 30 de octubre de 2011.
Monseñor Carlos Osoro, Arzobispo de Valencia
Dentro de unos días vamos a celebrar la fiesta de Todos los Santos y la fiesta de Todos los Difuntos. Al acercarse estos días quiero hablaros de la llamada que todos tenemos a ser santos, a ser unos hombres y mujeres que, por Jesucristo y por obra del Espíritu Santo, tenemos una capacidad para transformar, para redimir, para salvar al hombre. Vivir la llamada a la santidad que los hijos de la Iglesia tenemos es el mejor testimonio de la fuerza del Evangelio. Y, precisamente por eso, el mejor estímulo para proponer la fe.

Hay dos textos que me han impresionado especialmente y que aluden al tema de la santidad. Uno de ellos es del Beato Juan Pablo II y el otro del Papa Benedicto XVI. El primero dice así: “Preguntar a un catecúmeno ¿quieres recibir el Bautismo? Significa al mismo tiempo preguntarle ¿quieres ser santo? Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (NMI 31). El segundo es el siguiente: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1). ¡Qué maravilloso resulta para todos nosotros descubrir que ser cristiano no se aprende en un libro de los muchos que podríamos comprar, sino que es una cuestión de encontrarnos con Jesucristo! Y es que quien se encuentra con Jesucristo, cambia de perspectiva y de lógica. Un santo, lo llega a ser porque se pone ante el Santo de los santos y éste ocupa su persona, le despierta a unas acciones nuevas, le entrega un rostro nuevo con el que accede a todos los hombres y manifiesta las maravillas del poder del Santo de los santos, que es Jesucristo.
El Papa Benedicto XVI, en la Encíclica “Deus caritas est”, cuando se refería a la primacía de la caridad en la vida del cristiano y de la Iglesia, nos recordaba con gran fuerza cómo los testigos privilegiados de esta primacía son los santos. Y lo son, porque han hecho con su vida un gran himno a Dios Amor. Las tonalidades de ese himno son muy diferentes, pero todas ellas de una belleza extraordinaria. Durante todos los días del año, la liturgia nos invita a celebrar y a vivir esos múltiples tonos: unos, que pertenecen a los comienzos de la Iglesia y que son misioneros fuertes de la primera evangelización; otros son modelos del teólogo católico que ha encontrado en Jesucristo la suprema síntesis de la verdad y del amor; otros muchos son conocidos por su caridad; otros proponen un camino de santidad para quienes viven en un ámbito laico. Todos estos hombres y mujeres que el Espíritu ha forjado y los ha transformado en modelos de entrega evangélica, nos llevan a descubrir la importancia que tiene la santidad en la vida de la Iglesia y para el bien de todos los hombres.

Sin Cristo no podemos hacer nada, nos dice de una manera taxativa el Evangelio de San Juan (cf. Jn 15, 5). La oración nos arraiga en la verdad y nos recuerda el primado de Cristo y, en unión con Él, el primado de la vida interior y de la santidad. En consecuencia en todas nuestras comunidades cristianas, tenemos que realizar un ejercicio de renovación espiritual. La Nueva Evangelización requiere este ejercicio y exige una promoción pastoral de la santidad, para que todos los cristianos estemos atentos a la voluntad de Dios, cuya vida verdadera compartimos participando en su naturaleza divina.

Pero esta santidad o comunión íntima por Cristo y en el Espíritu viene consolidada, entre otras cosas, mediante una pedagogía auténtica de la oración, mediante una introducción a la vida de los santos y a las múltiples formas de espiritualidad que embellecen la vida de la Iglesia, la estimulan, le dan fuerza en la misión y sobre todo capacidad de dar testimonio de lo que vivimos y somos desde y en Jesucristo.
En la llamada universal a la santidad (cf. 1 Ts 4, 3), se encuentra la vocación particular a la que Dios llama a cada persona. Por eso, la permanencia en la vigilancia provocará en cada uno de nosotros el hacer y construir una cultura de la vocación. El santo es el que ha dejado todo por Cristo. ¡Qué bueno es comprobar cómo mediante la muchedumbre de los santos, el Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el Evangelio y cómo lo está haciendo aún hoy! Los santos son una estela luminosa que Dios va dejando en el transcurso de la historia. Al conocer las vidas de los santos, contemplamos cómo se puede llevar una vida de modo justo, cómo se vive a la manera de Dios, cómo la realización de la vida no consiste en buscar la felicidad propia sino en su entrega total y en dejarse alcanzar por la luz de Jesucristo. 
En la Jornada mundial de la Juventud en Colonia, el sábado 20 de agosto de 2005, el Papa Benedicto XVI nos decía con una fuerza especial: “Los santos son los verdaderos reformadores. Ahora quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo… La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?”.
Al celebrar la fiesta de Todos los Santos, sintamos la alegría de formar parte de la gran familia de los amigos de Dios o, como escribe el Apóstol san Pablo, de “participar en la herencia de los santos en la luz” (Col 1, 12). Qué bueno y saludable resulta saborear en esta fiesta de Todos los Santos, esas palabras de san Juan: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1 Jn 3, 1). Y es que ser santos significa realizar plenamente lo que ya somos, en cuanto elevados en Cristo Jesús a la dignidad de hijos adoptivos. Este misterio se realiza en el sacramento del Bautismo, mediante el cual la madre Iglesia da a luz a los santos.

Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia

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