jueves, 14 de junio de 2012

1º. El Amor de Dios. 2º. las penas del infierno

El Amor de Dios, o las penas del infierno. Si el hombre dice que por librarse del infierno quiere amar al Señor ¿no es egoísmo? Los Santos no querían ir al infierno, porque saben muy bien, que allí el Amor de Dios no llega, y todo es odio y resentimiento. Si el Amor de Dios llegase al infierno, ya no sería lugar de tormentos, sino paraíso, sería el cielo.

Para el Amor necesitamos estar unidos a Dios Padre, estar en comunión con Él, algo que no sucede en el corazón habituado al pecado. Y en el infierno, queda dicho, que todo es odio a Dios, no hay comunicación con el Amor.

He visto en un trailer sobre testimonios de conversiones, "Te puede pasar a ti", en que habla un "homosexual" que fue al parecer entrevistado por el autor de cine "La cima", que narra sobre el testimonio de un sacerdote. El autor que antes se decía "ateo", director de cine, está buscando nuevos testimonios de conversiones. Pero resulta, que el entrevistado "homosexual" entre otras cosa se ha atrevido a decir, que Dios se equivocó, y piensa que Dios está ciego. No es una verdadera conversión, puesto que no su pecado no alcanza a comprender el Amor de Dios, no comprende que Dios puede equivocarse. Ya que todo cuanto hace Dios, no existe equivocación alguna, todo de Dios es perfección y belleza.

Los pecados de la carne en estos tiempos son más difíciles de que se haga desaparecer, y el pecador muere en su pecado. La lujuria, la "homosexualidad" cuando un corazón cree haber conseguido salir, tiene una recaída de la que no se recupera, porque le ha faltado la oración, la penitencia, la humildad, el sacrificio, el ayuno tan necesario, una buena dirección espiritual. Si no se tiene estas cosas tan necesarias, como aquel desdichado, acusará a Dios de ciego y de haberse equivocado, según ese video, que no me gusta traerlo aquí.

Y es que hay algunas personas que piensan que Dios aman a los condenados. No, allí las almas que se condenan son olvidadas por Dios, para toda la eternidad. El amor que DIos nos tiene ahora en este mundo, cuando compartimos ese amor fraternal con otros, es por amor, no por temor al infierno. Por eso, podemos con la Gracia de Dios, superar persecuciones, amenazas, desprecios, burlas, y no sentimos rencor hacia nadie, sino que también nos oponemos rotundamente a todo lo que es contrario a la Voluntad de Dios.

Hay algunos que piensan que Dios ama a todos por igual. Pero meditando atentamente las Sagradas Escrituras bajo la guía de la Iglesia Católica nos encontramos que no es así.

Es verdad que Dios ama a todas sus criaturas. Si el Amor de Dios llega al corazón, comenzará a vivir conforme a los deseos de Cristo:



Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe vivir como vivió Él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo, que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la Palabra que habéis escuchado. (1 Juan 2, 4-7)
Guardar los mandamientos de nuestro Dios y Señor Jesucristo, meditar sus palabras en nuestro corazón todos los días, es por la alegría del Amor de Dios en nosotros. Dios nos ama porque le obedecemos y somos fieles a Cristo y a la Iglesia Católica, y al Papa.

En la medida que nos desprendamos de nosotros mismos, de nuestros vicios y pecados, de nuestra inclinación al mundo; en la medida que nos demos a la Vida de Oración, con verdadero recogimiento interior, el Amor de Dios crecerá en nosotros.
Pero hay personas que no se sienten amada de Dios, no descubre que la causa la está provocando ellas mismas, por su inclinación al mundo, cuando no ora con el corazón: --"qué es lo que he hecho yo para merecer esta cruz?"-- Deberían preguntarse mejor, que es lo que deberia hacer por Dios, que es renunciar al pecado, al vicio, a las malas compañias, etc. Porque el que no ama a Dios está buscando su propia ruina.

Según San Juan, el Amor de Dios, puede llegar a nosotros en su plenitud, lo que significa, lo que se ha dicho en el párrafo anterior,

Pues algunas personas atadas al pecado, se imaginan que Dios le aman. Hay que tener en cuenta que el Amor de Dios es una oportunidad para renovar nuestra vida, poner fin a nuestro hombre viejo, y renovarnos en Cristo Jesús. La carne no sirve de nada, dice el Señor

EN el mundo no encontramos ese Amor de Dios, por eso, no necesitaqmos ser infiel a Cristo, no podemos consentir que la tentación nos arrastre a lo mundano.

He observado, que hay quienes hablan del Amor de Dios, entre las personas que conozco, pero son solamente palabras, pues no tienen esas obras de caridad, y vive engañado. Yo he visto, como personas en sus últimos momentos de vida, que necesitaba la asistencia de un sacerdote; o no querían asistir, o retrasaban dejando pasar el tiempo, hasta que la muerte llegó a tal o tal. Estos hablaban de caridad, pero sin caridad.



Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. (1Jn 3, 17-18).

No todos tienen el Amor de Dios, porque se cierran en la verdad, obran con hipocresía, falsas apariencias.

Se lee que hubo personas que vivieron como si fueran dignas, pero cuando murieron terminaron eternamente lejos de la Salvación eterna. Nos cuenta sobre la vida de SAN BRUNO

  • Una piadosa tradición, que la Orden de la Cartuja ha conservado siempre entre las suyas, hace partir la vocación de San Bruno al estado religioso del siguiente suceso: celebrábanse en la Universidad de París los funerales de un famoso doctor llamado Raimundo, muy estimado por su saber y apreciado por su gran fama de virtud y santidad. Al llegar a cantarse la cuarta lección del oficio de difuntos, de labios del cadáver, allí presente, salió esta terrible confesión: "Por justo juicio de Dios he sido acusado". Espantados los circunstantes, resolvieron aplazar la fúnebre ceremonia para el siguiente día. Al llegar, en el oficio, al mismo pasaje volvió a gritar el cadáver con voz más terrible: "Por justo juicio de Dios he sido juzgado". Suspendido el acto y celebrado de nuevo por tercera vez, la muchedumbre, cada día más numerosa, quedó horrorizada al oír de boca del difunto la tremenda sentencia de su eterna condenación: "Por justo juicio de Dios he sido condenado".
 Este ejemplo, también lo vio la Beata Catalina de Emmerick, en una mujer que durante la vida se la creía que era verdaderamente piadosa, y solamente era apariencia. Y aún cuando rogaba por su salvación, ya era tarde.
Hay quien puede sentirse impactado por un testimonio de San Juan Bosco, cuando Dios le revelaba por medio de sueños muchas cosas, y entre ellas, las almas que terminan en el infierno.
Le di una copia, cuando lo leyó se estremeció, esto hará como unos veinte años atrás, pero hoy día, vive alejado de Dios, porque la salvación del alma no se alcanza por medio de impurezas ni de adulterio. Hay quienes al leer relatos que escriben los santos sobre el infierno, es para que nos libremos de él, vivamos más intensamente en el camino de la oración, pues vivir según la medida del hombre viejo, es la perdición del alma.


Las penas del infierno  


En la mañana del 3 de Abril Don Bosco dijo a Viglietti que en la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del 2. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas.
—Si los jóvenes— le decía —oyesen el relato de lo que vi, o se darían a una vida santa  huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida.
  

El siervo de Dios vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclados con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso.


Desconcertado observó alrededor de sí para averiguar cual pudiera ser la causa de aquel fin del mundo pero no vio nada en particular. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba a cercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía.

Don Bosco continuó el relato:
—Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté espantado que era aquello y que significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más precisos, de forma que pude oír estas palabras: Muchos se glorían en la tierra y arden en el infierno.
Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocados de un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de otros animales. Observé mejor y entre aquellos desventurados reconocí a algunos. Entonces, cada vez más aterrado, pregunté nuevamente que significaba tan extraordinario espectáculo.

Se me respondió:
Con gemidos inenarrable sufrirán hambres como perros.

Entretanto, con el aumento del ruido se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó con voz alta: —Pero ¿no será posible poner remedio o aliviar tanta desventura? ¿Qué debo hacer yo?

—Sí, –replicó una voz–, hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata.

—Pero estas cosas son materiales.
—No; aurum et thus: oro e incienso. Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal.
Durante este dialogo los gritos se hicieron más estridente y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó.

Eran las tres de la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo.

En el curso de su relato, un temblor le agitaba todos los miembros su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas. [San Juan Bosco, Sueño 150 — Año de 1887, M. B. Tomo XVIII, págs. 284-285].

* * *
Yo también quedé impactado cuando lo leí por primera vez, y luego lo escribí, pero el Amor de Dios nos invita a no vivir en el infierno del pecado, sino que salgamos de él, ahora que estamos a tiempo.
Esto es para pensarlo nosotros mismos, si estamos haciendo algo parecido, hacernos creer que somos buenos, cuando en el fondo de nuestro corazón, no hemos confesado determinados pecados, y así engañamos a otros, que nos creen que somos buenos.
Necesitamos evitar todo tipo de engaño, pero el Amor de Dios, que es misericordioso, es una hermosa lámpara que nos alumbra lo que hay en nuestro interior.
Nosotros debemos ser sinceros, el Amor de Dios no debe apagarse en nosotros por el amor al mundo.
Sabiduría 7, 28 «porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría.» Si estamos con Dios, amamos la Sabiduría, a Cristo Jesús, es la Sabiduría Encarnada. Romper con las expresiones mundanas en el hablar, en sus vanos comportamientos, es una ventaja para nosotros, es ir guiado en la Luz de Cristo hacia el Padre Celestial.

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. (Jn 13, 1)
 Los amó hasta el extremo, pero veamos bien. Si pones un vaso de agua bajo el grifo para saciar la sed, el agua cae y rebosa, así es el amor de Dios; pero si dejas el vaso tapado debajo del grifo, para que el agua no entre; o quede a media. Así es el pecador, que desaprovecha ese amor abundante de Dios por su inclinación a sus propios vicios y pecados, por tanto, es el pecador quien desaprovecha ese divino amor, se cierra al Amor de Dios, se resisten a la conversión del corazón.
El Amor de Dios no busca a quien se ata con el pecado:

En efecto, en alma fraudulenta no entra la Sabiduría, no habita en cuerpo sometido al pecado; pues el espíritu santo que nos educa huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios y se ve rechazado al sobrevenir la iniquidad. (Sb 1, 4-5).

Primero llama a la puerta del corazón, y siempre lo hace con amor, para salvar a la criatura, al pecador, quiere romper las cadenas del pecador, si éste quiere y colabora con Cristo por la propia salvación.

«Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.» (Ap 3, 19-20)
«Los que por desidia, o hacen inútiles los bienes recibidos de Dios o los convierten en perdición suya, demuestran con ello que son indignos de ser beneficiados en el futuro». (Fray Luis de León)

Si el pecador no se deja corregir, ese amor pasa de largo, pues no se lo merecía,
Así hay pecadores, tan ciegos, que se imagina, que Dios le ama, pero a la verdad, ellos no se dejan amar  por Dios, pero en cuánto sale de esa negra esclavitud de sus vicios y pecados, comprende la belleza del amor de Dios, debe transformarse en Cristo Jesús, por medio de la humildad y los sacramentos.
EN verdad, que cuando Dios ha creado al ser humano, no lo ha hecho para que vivan según el mundo y en pecado, sino para que seamos santos y santas. Yo conozco a personas que dicen que aman a Dios, pero que no renuncian a sus vicios y pecados, aman a Cristo, pero tienen aversión a asistir a la Misa dominical.
La naturaleza del hombre es la Vida de Gracia, y necesitamos esa Gracia de Dios para vivir
 Sabemos que Dios ama a todas sus criaturas, no debemos desviarnos de ese Camino del Amor que es Cristo, reflejo del Padre Celestial.
Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si alguien es más santo, es porque ha sido más amado por Dios. Es evidente que las criaturas existen porque Dios las ama: «Tú amas todo cuanto existe, y nada aborreces de lo que has hecho, que no por odio hiciste cosa alguna» (Sab 11,25). También es evidente que entre los seres creados, concretamente entre los hombres, hay unos mejores que otros, hay unos que tienen más bienes que otros. ¿Y de dónde viene que unas personas sean mucho más buenas que otras? Del amor de Dios. Dios no ama igualmente a todos los hombres. Y si uno es más bueno, es porque ha sido más amado por Dios.
Recuerdo un principio previo. El amor de Dios es muy diferente del amor de las criaturas. El amor de éstas es causado por los bienes del objeto amado: «la voluntad del hombre se mueve [a amar] por el bien que existe en las cosas» o personas. Por el contrario, «de cualquier acto del amor de Dios se sigue un bien causado en la criatura» (STh I-II,110, 1).
El amor de Dios es infinitamente gratuito, es un amor difusivo de su propia bondad: Dios ama porque Él es bueno. Así la luz ilumina por su propia naturaleza luminosa, no por la condición de los objetos iluminados. Y amando Dios a las criaturas, causa en ellas todos los bienes que en ellas pueda haber. Consecuentemente, si todos los hombres en alguna medida han recibido bienes de Dios, aquellos que han recibido más y mayores bienes los deben todos a un mayor amor de Dios hacia ellos.
Los santos, en sus autobiografías, dan con frecuencia testimonio agradecido de esta gran verdad, y a Dios atribuyen todo el bien que ellos tienen, que ciertamente es mucho mayor que el de otros hombres. «El Señor ha hecho en mí maravillas» (Lc 1,49). «¿Qién es el que a ti te hace preferible? ¿Qué tienes tú, que no hayas recibido?… Gracias a Dios soy lo que soy» (1Cor 4,7; 15,10).
Por tanto, Dios no ama más a una persona porque sea más perfecta y santa, sino que ésta es más santa y perfecta porque ha sido más amada por Dios. Esta verdad es constantemente proclamada en la Escritura. En ella resplandece el amor especial de Dios por su pueblo elegido, Israel, «el más pequeño» de todos los pueblos (Dt 7,6-8); por María, haciéndola inmaculada ya antes de nacer; por los cristianos, «elegidos de Dios, santos, amados» (Col 3,12); por «el discípulo amado», etc. Por eso Santo Tomás enseña que,
«por parte del acto de la voluntad, Dios no ama más unas cosas que otras, porque lo ama todo con un solo y simple acto de voluntad, que no varía jamás. Pero por parte del bien que se quiere para lo amado, en este sentido amamos más a aquel para quien queremos un mayor bien, aunque la intensidad del querer sea la misma… Así pues, es necesario decir que Dios ama unas cosas más que a otras, porque como su amor es causa de la bondad de los seres, no habría unos mejores que otros si Dios no hubiese querido bienes mayores para los primeros que para los segundos» (STh I,20, 3). Es éste un principio teológico fundamental, que aplica el santo Doctor al misterio de la predestinación (I,23, 4-5) y a toda su teología de la gracia (I-II,109-114).
Son muchos los cristianos que hoy ignoran estas grandes verdades, pues casi nunca les son predicadas. Y por eso se desconciertan cuando las oyen. Pero un cristiano que apenas las conozca, conoce mal, muy mal, el misterio de Dios y el de su gracia. Apenas entiende la maravilla sobrenatural de la vida cristiana.


Hay personas que están esclavizadas por el pecado, que dicen que Dios les ama, pero a la verdad, en la obstinación del pecado, no se reconoce como es el Amor de Dios, pues no hay relación en ello.

Santa Faustina Kowalska


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